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Mujer de Primavera

Rosas y Libros. O lo que es lo mismo; amor físico. Para que podamos tocar por un día lo que se siente a lo largo de la vida.


Me acuerdo de las flores que crecen torcidas, pero siguen siendo eso, flores. Yo también parecí “torcido” en algún momento de la vida y ahora, escribo en línea recta.


Las rosas pinchan y aun así las regalamos. En ocasiones me lastimé la mano con algún rosal, en cambio, es llegar abril y querer acariciar todos los tallos buscando la mejor. La que más brille. La más grande. La que más huela.


La historia es la misma siempre. Las manos han ido pasando, cogiendo, soltando, escogiendo… Es el final. El día de las rosas acabó (no para todas). Y no tan curiosamente la más oscura, pequeña e inolora queda ahí.


Ya no se vende más. No lo indica el cartel de «cerrado». Más bien la mesa torcida de la entrada en la que la bandera cae más por un costado que por el otro. En la que las cortezas de tallos ocupan los asientos y nadie supervisa la clientela.


Sí, la clientela. Aunque propiamente dicho, la clienta. Mujer de primavera que corre desde el final de la calle antes de que caiga el día o el primer pétalo de la última rosa. Ni se lo piensa y recoge la que queda y la paga.


Y le sonsaca la belleza. Tenía que llegar la poeta a sacarle a lo “torcido” la pauta, aunque ella tampoco entienda tanto de eso. Porque es lo que suele sucederle al amor, que no sea recto.

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